17 agosto 2022
Con motivo de la conmemoración del Día Mundial de las Personas Refugiadas, desde la Red Jesuita con Migrantes – Latinoamérica y el Caribe (RJM-LAC), comprometida con la defensa y promoción de los derechos de las personas desplazadas y refugiadas en el continente, hacemos un llamado a los Estados a respetar las obligaciones internacionales que les asisten y a la sociedad para “Construir el futuro con las personas migrantes y las personas refugiadas” como nos invita el Papa Francisco.
Reconocemos que el panorama del desplazamiento y el refugio en el mundo va en aumento. Para diciembre de 2021, ACNUR contabilizaba 89,3 millones de personas desplazadas por la fuerza, y a finales de mayo de este año la cifra superó ya los 100 millones de personas. 1 de cada 78 personas han sido forzadas a huir, y en América Latina se encuentran la quinta parte de ellas. Las causas de estos desplazamientos son cada vez más complejas. A las violencias ampliamente conocidas, se suman las ambientales y climáticas. En 2020, los desastres naturales provocaron 30,7 millones de nuevos desplazamientos internos en el mundo, cifra que triplica los desplazamientos provocados por el conflicto y la violencia, según el IDMC.
En América Latina observamos un panorama desolador, la crisis en Venezuela ha dejado en el exilio a más de 6,1 millones de personas; en Centroamérica, México y Haití se siguen expulsando personas por causas políticas y violencia generalizada, mientras que en México y Colombia continúa el desplazamiento interno, entre otras. A pesar que estas crisis son invisibilizadas en los países expulsores, de tránsito y destino, se derivan de condiciones políticas e históricas que llevan a pensar que las necesidades de protección no cesarán y por el contrario seguirán en aumento.
Desde la RJM-LAC en varios países hemos evidenciado el debilitamiento deliberado por parte de los Estados de la figura de protección internacional vinculado a las decisiones políticas del manejo de la migración, entre otras razones porque:
Mientras los Estados hablan de un abuso de la figura de refugio, siendo un discurso institucional engañoso, observamos que la saturación del sistema de protección en muchos casos es producto de la mala gestión de la política migratoria enfocada en la contención y no en la protección. Esto se evidencia, por ejemplo, en las inversiones públicas enfocadas a seguridad y no al fortalecimiento de los sistemas de asilo. Así mismo se observa, una tendencia marcada a promover vías de protección complementarias, pero no existe la claridad de cómo estas vías son realmente mecanismos de protección y no solo de regularización, enlazándose con el cumplimiento de estándares internacionales tales como el principio de no-devolución. En el marco de esta conmemoración, de los acuerdos asumidos por los Estados recientemente en la Declaración de los Ángeles y de cara a la próxima revisión del Pacto Mundial de Refugio, llamamos a los Estados a:
A pesar de algunas declaraciones positivas, vemos cómo los hechos políticos se distancian cada vez más de un enfoque basado en los derechos humanos. Existe una cooperación entre Estados que busca el desistimiento por parte de las personas con necesidad de protección internacional. Pero la migración forzada sigue su ritmo de crecimiento, porque salvar la vida es la razón para emprender el camino. El resultado más evidente de la manera en que los Estados confrontan esta realidad es generar mayores riesgos para las personas, pues no existen políticas que las protejan. Hoy la política migratoria frente a la necesidad de protección en América se ha transformado en una política de muerte, con sus pilares en la externalización, la contención, la militarización, la detención y la deportación. Citando al Papa Francisco en su mensaje, “A la luz de lo que hemos aprendido en las tribulaciones de los últimos tiempos, estamos llamados a renovar nuestro compromiso para la construcción de un futuro más acorde con el plan de Dios, de un mundo donde todos podamos vivir dignamente en paz (…) Nadie debe ser excluido. Su proyecto es esencialmente inclusivo y sitúa en el centro a las y los habitantes de las periferias existenciales. Entre ellos hay muchas personas migrantes y refugiadas, desplazadas y víctimas de la trata. Es con ellas que Dios quiere edificar su Reino”. Construir el futuro con las personas migrantes y las personas refugiadas.